Cuántas lecturas y cuántas interpretaciones se han realizado de El ingenioso hidalgo de Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes Saavedra. La cifra es innúmera como sin número son las conclusiones ofrecidas por los intérpretes. Como muchísimas, sin duda, seguirán presentándose en el futuro. De allí que se obtenga una primera nota de este trabajo, no pretende ser sino una recreación de alguien -el de la voz- que como caballero de la triste figura un día cualquiera, sin fecha ni momento fijo, se enamoró de los libros y acaso también como al Quijote “se le secó el cerebro”. Tengo en cuenta al hablar la advertencia de Américo Castro: “Cada vez me parece más difícil, o cuestionable, aumentar la mole de lo dicho sobre El Quijote desde el siglo XVII”. Pero hay que arriesgar para expresar. Todos los escritos -y otros más realizados por abogados- son una paradoja: buscan temas jurídicos en un texto, en nuestro caso monumento, literario; esto es, en el quehacer de un lego que abordó temas propios del derecho. Los abogados buscan reconocerse en las descripciones y afanes fruto de la recreación literaria, en personajes, no en personas ni en hechos reales.