En los comienzos de la Modernidad, a finales del siglo XV, se fragmentó la imagen del hombre europeo: el homo ludens despreocupado, del que habló Huizinga, se transformó en una inteligencia critica consigo misma. El renacentista es un tipo humano que se avergüenza de su tradición cultural, a la que contempló como bárbara: en aquella época exquisita, este adjetivo era un compendio de todo lo malo.