Sólo si vinculamos verdad y evaluación, podremos aspirar a que ésta sea educativa. Si respetamos los niveles y campos del saber, nos elevamos desde el conocimiento vulgar –que parte de la cogitativa para evaluar– al conocimiento científico –que averigua las causas próximas de la evaluación, utilizando instrumentos para contar, medir o valorar el proceso de enseñanza aprendizaje–. Después, el conocimiento filosófico profundiza más en las causas primeras de la evaluación; y el conocimiento teológico nos indica cómo sólo Dios puede evaluarnos, con su infinita Justicia y Misericordia, en nuestra totalidad.