Los juzgadores deben poseer distintas virtudes que permiten que su labor sea adecuada; que sea eficiente y eficaz. Por un lado, han de ser prudentes porque la prudencia es la virtud que nos permite poner los medios para alcanzar el fin, la prudencia es una virtud que radica en la inteligencia y nos dicta lo que se ha de hacer para actuar bien. El hábito prudencia nos permite ponderar los pros y los contras de cada caso concreto; nos ayuda a analizar todos los aspectos, los hechos, las circunstancias; los matices de un asunto en litigio desde el punto de vista racional para no dejar de resolver todos los puntos. Deben ser justos pues la función jurisdiccional busca precisamente aplicar esa virtud esencial de la convivencia. La justicia es una virtud que radica en la voluntad y que consiste en dar a cada quien lo suyo. La justicia requiere para su aplicación volitiva, el dictamen previo de la inteligencia que lo proporciona la prudencia.