(2005) Núm. 29

La belleza, de acuerdo con Ibn Arabi, se pronuncia a los hombres en dos maneras: por un lado, mediante la elevación y poder de la presencia divina, llamada Majestad de la Belleza, a la cual debemos responder mediante un íntimo estado espiritual para conseguir el balance durante la contemplación y la correcta aprehensión; y por otro lado, a través de la proximidad, un aspecto de la belleza, que debe ser recibido con temor a una respuesta apropiada de la expansión de Dios hacia nosotros, logrando en consecuencia nuestra reunión con Él. Aquellos que aman por el amor divino, contemplan el eco de la sabiduría en ambos: en el universo y en sí mismos. Ibn Arabi también explicó la aplicación de estos nombres en la lectura del Corán. El Profeta sostuvo la importancia del embellecimiento espiritual conseguido mediante una correcta conducta y la contemplación de la belleza, esta última caracterizada por hacer de todas las cosas algo deleitable y cognoscible. Todo se inclina a ser amado por sí, pero esto sólo es posible por la realidad de la divinidad: dado que Dios creó el mundo a Su imagen, se considera como un espejo en el que Él se contempla y se ama a Sí mismo.