(1997) Núm. 13

El artículo comienza con un análisis interno y externo de la modernidad y la vanguardia artística, anotando importantes reflexiones desde las dimensiones plástica, estética, histórica y crítica. El estudio del poema Altazor del chileno Vicente Huidobro, junto con el movimiento del Creacionismo -de su autoría, donde el arte deja de imitar a la naturaleza para imitar su poder creativo- constituye el eje central de este artículo. De entre las múltiples reflexiones dedicadas a los rasgos principales de cada canto del poema, surgen las preguntas por la conciliación de los diversos movimientos poéticos y la verdadera intención de la poesía que, finalmente, pudiera no ser otra que la que el mismo Huidobro propone.

En la poesía de Antonio Machado aparece un agnosticismo inconforme, es decir, un agnosticismo que quiere dejar de ser tal, un agnosticismo con anhelos metafísicos. Machado sabe que la ausencia de trascendencia no ofrece tranquilidad, sino tedio y resignación ante la realidad cambiante. Al ser le falta la plenitud de la que alguna vez pareció gozar y, en ese sentido, existe en Machado un doble modo de ver la realidad: añoranza de lo que fue y constatación de lo presente. Todo esto genera un vacío en el hombre, una sed de trascendencia no saciada y, a la vez, esperanza como anhelo de trascendencia que sólo se expresa en la metafísica y en la poesía. El tratamiento de Machado sobre la trascendencia no excluye la inmanencia. Se encuentra trascendencia en y desde el yo para sí y en otro e incluso en el absolutamente otro.

Es imposible deshacerse de las metáforas, como ciertas corrientes filosóficas modernas quisieron, y esto permite hablar de una concepción metafórica del saber. Las metáforas no son formas incompletas de la racionalidad ni prótesis del pensamiento que deberían abandonarse en cuanto fuera posible, ni tampoco son tentativas previas de una razón inmadura; son un medio insustituible para la captación de contextos y relaciones, son el elemento fundamental del discurso racional. Se pierde demasiado cuando se pretende expresar en forma literal lo dicho por una metáfora, y el empleo de las mismas no debe verse como algo patológico sino normal o natural en el lenguaje. La validez contextual de una metáfora frente a otra implica la modificación de la significación con el cambio de contexto y posee una función mediadora entre lo conceptual o abstracto y lo mundano o de la vida, ampliando toda comprensión.

Emilio Lledó: La memoria del logos, Taurus: Madrid 1996, 301 pp.

Durante su discurso al recibir el premio Nobel, el poeta mexicano Octavio Paz subrayó la importancia y dificultad de vivir en el presente, de vivir la realidad real, de vivir la presencia. En torno a esta idea aparecen las posturas de Paz con respecto a la naturaleza del hombre, su aspiración o nostalgia de infinito, el carácter humano y natural de lo sobrenatural, las cuestiones del mito y la fiesta en la experiencia religiosa y la misa como el momento en que la sed y la saciedad se conjugan. En este ensayo se alude a cada una de estas posturas para desentrañar la naturaleza religiosa del ser humano y la naturaleza humana de la religión, a partir de las reflexiones y poesías de Octavio Paz.

El objetivo de esta presentación es subrayar, por un lado, que existen interesantes e importantes relaciones entre la filosofía y la literatura y, por otro lado, que la división tajante o taxidérmica entre ellas es una tarea insostenible. La sabiduría debe entenderse como una actitud o toma de postura y no como un ciencia y es desde esta perspectiva que el hecho de que los padres de la filosofía –los presocráticos– escribieran en versos o que Tomás de Aquino incluyera la Poética en el Órganon como un modo especial de argumentación. Se ofrecen aquí tres respuestas a objeciones a favor de la separación entre literatura y filosofía con el objetivo de señalar que la sistematicidad, la argumentación y la subordinación a la verdad no son criterios claros para desvincular filosofía y literatura.

Este artículo explora una perspectiva metafísica o trascendente de la literatura, entendida como acción y no como producto. Esta perspectiva es la de Jorge Luis Borges; la literatura no es un constructo recluido que nada tiene que ver con el mundo precisamente porque conforma una salida de éste, sino que más bien la literatura es un camino de la felicidad, una puerta a la trascendencia, un reflejo de la verdad ontológica que encuentra su sentido no por sí misma ni por el autor ni por el lector sino por Algo o Alguien más. La invitación de Borges, la interpretación que aquí trata de presentar, consiste en despojar a la literatura de esa imagen meramente recreativa, perfeccionista, producto sujeto a la crítica estética, con pretensiones de objetividad y con una pomposa inclinación a la adulación de quien escribe. La metafísica que Borges refleja en su filosofía de la literatura brinda un gran número de propuestas interesantes no sólo para la estética o la metafísica, sino para la misma antropología y la vida diaria.

El autor aborda la propuesta del desgarramiento o consciencia infeliz –presente en la filosofía moderna– desde Los Heraldos Negros (1918) del poeta peruano César Vallejo. Uno de los descubrimientos más grandes de Vallejo es que la naturaleza ha sido despojada de lo divino; en otras palabras, que Dios ha muerto. El concepto de Dios como negación del hombre y la muerte de este Dios pone en entredicho la moral y conduce a un nihilismo que, paradójicamente, va en busca de alguna forma de divinidad y trascendencia. En esta dirección se mueve Vallejo: hacia una religiosidad irreligiosa que recupera su religiosidad en la nueva vida del espíritu, hacia un Dios doliente e íntimamente cercano al hombre

A partir de las perspectivas del poeta Rainer Maria Rilque, el autor desarrolla las nociones de la condición existencial del hombre y la naturaleza del hombre así como otras ideas que conforman la poesía antropológica y existencial de Rilque. Se abordan aquí la fragilidad de la existencia, la soledad, la subjetividad, la angustia, la apertura a las posibilidades, la muerte como fruto maduro de la existencia e inmanente a la vida, entre otras temáticas y se dejan atrás las visiones metafísicas del yo como substancia para ofrecer una descripción fáctica del existir del hombre.

El cineasta Friederick, del filme de WimWenders, Lisbon Story (1994), teme, muy a la manera kantiana, que la mirada humana le quita la pureza y la autenticidad al objeto retratado, traicionándolo; de la misma forma, el poeta Fernando Pessoa teme que la razón traiciona a la vida. Por ello, Friederick deja de mirar, así como Pessoa deja de pensar. De entre los heterónimos de Pessoa, Alberto Caeiro destaca por la suspensión del juicio -ya que el pensamiento es antinatural- y, como Nietzsche, por su mística de lo sensible, expresada en poesía que exalta la inmediatez y descalifica la consciencia, buscando constantemente el seguimiento acrítico del curso de la naturaleza, anhelando la inocencia, la inmediatez.

La filosofía de Paul Ricoeur ofrece una vía de autocomprensión a través de la literatura. Esta autocomprensión apunta hacia una propia identidad que puede entenderse de dos maneras: como mismidad (de idem, que más bien tiende a la equivalencia) o como ipseidad (de ipse, que requiere reflexividad). Se observan aquí modelos de permanencia de la persona en el tiempo, tales como el carácter -el qué del quién- y la fidelidad a sí mismo. La existencia temporal del hombre encuentra su sentido al coordinarse como narración, y la narración tiene sentido por su referencia a la experiencia temporal. La función mediadora del texto, es decir, del discurso fijado por la escritura, es de suma importancia para la autocomprensión, pues el texto funciona como mediación entre el hombre y el mundo (referencia), como mediación entre el hombre y el hombre (diálogo) y como mediación entre el hombre y sí mismo (reflexión)

Miguel Alejandro García Jaramillo: La doctrina de la cogitativa en Tomás de Aquino y sus fuentes, EUNSA: Pamplona 1997, 418 pp.

Umberto Eco-Carlo María Martini: ¿En qué creen los que no creen? Taurus: México 1997. 114 pp.

El último ensayo de este número trata un asunto más “técnico”: en muchas culturas antiguas, los monumentos literarios son principalmente “literatura de sabiduría”. En estas obras tempranas, la filosofía y la literatura están relacionadas de una manera más cercana que en muchas aproximaciones contemporáneas. El autor intenta trazar aquí las relaciones entre la antigua literatura de sabiduría de Egipto, Grecia e Israel y mostrar cómo este género literario precede a la “filosofía.